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Por la fe somos salvados

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08/07/2024 – En el evangelio de hoy, Mateo 8:9-18, Jesús sana a dos mujeres: una adulta con hemorragia y una niña enferma. Por la fuerza del amor, Jesús las transforma y les devuelve la vida.

Mientras Jesús les estaba diciendo estas cosas, se presentó un alto jefe y, postrándose ante él, le dijo: “Señor, mi hija acaba de morir, pero ven a imponerle tu mano y vivirá”.Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos.Entonces se le acercó por detrás una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años, y le tocó los flecos de su manto,pensando: “Con sólo tocar su manto, quedaré curada”.Jesús se dio vuelta, y al verla, le dijo: “Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado”. Y desde ese instante la mujer quedó curada.Al llegar a la casa del jefe, Jesús vio a los que tocaban música fúnebre y a la gente que gritaba, y dijo:”Retírense, la niña no está muerta, sino que duerme”. Y se reían de él.Cuando hicieron salir a la gente, él entró, la tomó de la mano, y ella se levantó.Y esta noticia se divulgó por aquella región.San Mateo 9,18-26.

“Con sólo tocar su manto quedaré curada”

La escena de este Evangelio es multitudinaria y ajetreada. Jesús va por la calle, en medio de la gente que lo apretuja por todos lados. Va con sus discípulos, urgido por el pedido del Jefe de la Sinagoga, que suplica por la vida de su hijita. Pero por el camino, en medio de tanta gente que va con Jesús o pasa a su lado, del corazón de alguien brota un pensamiento especial. Un pensamiento que se dirige exclusivamente a la fuerza vital que emana del corazón bueno de Jesús. Ese pensamiento pensaba así: “con solo tocar su manto quedaré curada”.

Entramos entonces a la contemplación por este “pensaba…” de la hemorroisa, la mujer a la cual la vida se le iba yendo de a poco pero de manera creciente; entramos a Jesús por el pensamiento que brotó de ella lleno de amor y de fe total en el Señor.

Contemplamos su corazón. ¡Qué corazón lindo el suyo! Cuánto amor escondido a Jesús. Cuánta confianza en la bondad de Jesús se esconde en el pensamiento de que “con solo tocar su manto quedaré curada”. Decimos que el pensamiento le brotó del corazón. Y cuando decimos pensamiento tenemos que recuperar la fuerza de esta palabra. El pensamiento no es algo estándar, no es un medio para contactarse con la realidad. El pensamiento es una potencia del espíritu cuya unidad reside en el corazón del hombre. Un corazón bueno y sabio piensa virtuosamente. Piensa con una fuerza que le permite “remar contra la corriente”, remontar situaciones difíciles. Un corazón como el de la hemorroisa piensa con fuerza vital, piensa positivamente, con fe. Y por eso Jesús le dice: tu fe te ha salvado. Tu pensamiento virtuoso ha leído bien la realidad, ha sido capaz de sentir el latido de mi Corazón en la orla de mi manto.

¡Hay tanta gente así! Tanta gente que confía en Jesús en silencio, que lo ama sin que nadie lo note. Hay tanta gente que va cultivando pensamientos fuertes de fe en la intimidad y cuando llega la ocasión la “toca” y es bendecida. Hay tanta gente que dialoga interiormente de sus cosas con él y que reza por todos: por los que no conoce, por los enfermos, por la patria. Gente que no hace ruido, como la hemorroisa. Que no se hace notar, pero que está pensando en Jesús todo el tiempo. Gente que está haciendo actos de fe, positivos, virtuosos, y que toca las cosas con la música de su fe y les saca armonías y melodías en vez de disonancias.

La dinámica de la fe

El evangelio dice que, cuando la mujer le tocó el manto, “Jesús se dio cuenta en seguida de que una virtud (dínamis) había salido de él”. En música la “dinámica” se expresa marcando la intensidad con que se puede ejecutar una pieza. Están los pianísimos, los piano, los mezapianos, los fortes, y fortísimos. Jesús se da cuenta de las intensidades de la fe como un músico es capaz de percibir matices en la misma nota. El pianísimo de la mano de la mujer al tocar su manto, en medio de los tonos subidos de la multitud, hizo vibrar el Corazón del Señor y le sacó un tono fortísimo, como una corriente, dice también el griego, que secó instantáneamente la fuente de sangre de la mujer, así expresa el evangelio lo que nosotros traducimos como “cesó la hemorragia”.

Cuando Jesús se da vuelta y dirigiéndose a la gente pregunta “Quién tocó mi manto”, está hablando en términos de dinámica, en términos de intensidad. Los discípulos responden con aparente sentido común, inmersos en la intensidad coyuntural que fluye sin ton ni son en la corriente de la multitud que va por la calle. Pero uno sabe –no solo Jesús- cuando alguien lo toca para pedir algo humildemente. Así como distinguimos los empujones y la brusquedad, también sentimos la amabilidad del que nos toca el brazo para ceder un asiento o dar el paso.

La fe no es estática, es dinámica, tiene infinitos matices: es cuestión de intensidad. En un pianísimo se encierra la belleza de toda una intensidad que se contiene para darse con dulzura, casi en silencio. Así lo tocó la hemorroisa a Jesús e hizo vibrar de admiración su corazón. Se dio cuenta al instante pero no un segundo antes. Jesús también iba “distraído”, si se puede hablar así, o quizás, totalmente focalizado en Jairo y su hijita, y por eso sintió que “una virtud” había salido de él, y entonces para todo y quiere ponerle nombre. “Quién”, pregunta. Porque la fe tiene la intensidad de cada nombre propio.

Tu fe te ha salvado

La fe es cuestión de tonos. Cuando decimos “aumenta mi fe”, no estamos diciendo dame mucha, sino dame cambiar la intensidad. Y más bien no para el lado de los forte sino de los pianissimo. Dame una fe mansa y piana, que en un pequeño toque de con la nota justa con gran amor. Por eso el Señor habla de una fe como un granito de mostaza. Nosotros pensamos en algo chiquito, pero lo importante es la intensidad vital que encierra un granito de mostaza, al acorde de vida que late en su interior. Una fe pequeña es más bien una fe pianissima, que toque las realidades y las piense con intensidad callada y sonora.

Tu fe te ha salvado. Le pedimos a la hemorroisa la gracia de la fe. El nombre de hemorroisa parece el de una enfermedad y sin embargo tiene un sentido espiritual profundo, porque “ruomai” significa fluir, liberar, y se usa también para “salvar”. Ella liberaba sangre perdiendo vida y nosotros fuimos salvados por la efusión de sangre del Salvador, que es fuente de Vida.

La hemorroisa es tipo del ser humano que se desangra, que pierde energía y vitalidad derramándolas en tantos esfuerzos. Es como el que se deja secar la fuente por donde pierde vida y energía interior (como dice Grün). Es la persona que deja que fluya la fe de su corazón y que toque suavemente el corazón del Señor, fuente de Vida verdadera.

El Señor es el que hizo cesar nuestras hemorragias con la Suya. El que derramó con su Sangre el Espíritu para el perdón de los pecados. Una hemorragia necesita una transfusión y él es el donante generoso.
Nos quedamos, pues, contemplando y dejando resonar los matices de la escena en nuestro corazón, pidiendo a esta santa mujer, tan tímida en cuanto a respeto humano y tan audaz en la fe, que nos comparta la gracia de esa fe que la llevó a ponerse en contacto armonioso con la Fuente de la Vida.
Una última imagen: la de Jesús dándose vuelta y mirando a la gente hasta dar con los ojos de la mujer que tocó su manto. Jesús conoce a la gente que es como la hemorroisa. Conoce a su pueblo sencillo que lo toca con fe, en el manto de sus imágenes y de las de sus santos. Jesús ama a esta gente y le dedica lo mejor de su amor. Porque él es uno de ellos. El también se acerca a nosotros en medio de la multitud y nos toca apenas el brazo, a veces pidiendo algo, otras con algún gesto amable. Y si uno se da cuenta de que fue Él, si uno aprende a sentirlo se sana de tantas cosas! En primer lugar de las enfermedades que hacen sangrar, que hacen “perder energía”, perder vida: los rencores que sangran por las heridas del corazón, las desilusiones que sangran por la herida de la mente… Y si algo ya no sangra porque se ha muerto, para el Señor “duerme” y puede venir a resucitarlo con su “talita kum”, pequeña, yo te lo mando ¡levántate!.

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Mientras Jesús les estaba diciendo estas cosas, se presentó un alto jefe y, postrándose ante él, le dijo: “Señor, mi hija acaba de morir, pero ven a imponerle tu mano y vivirá”.Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos.Entonces se le acercó por detrás una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años, y le tocó los flecos de su manto,pensando: “Con sólo tocar su manto, quedaré curada”.Jesús se dio vuelta, y al verla, le dijo: “Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado”. Y desde ese instante la mujer quedó curada.Al llegar a la casa del jefe, Jesús vio a los que tocaban música fúnebre y a la gente que gritaba, y dijo:”Retírense, la niña no está muerta, sino que duerme”. Y se reían de él.Cuando hicieron salir a la gente, él entró, la tomó de la mano, y ella se levantó.Y esta noticia se divulgó por aquella región.San Mateo 9,18-26.

“Con sólo tocar su manto quedaré curada”

La escena de este Evangelio es multitudinaria y ajetreada. Jesús va por la calle, en medio de la gente que lo apretuja por todos lados. Va con sus discípulos, urgido por el pedido del Jefe de la Sinagoga, que suplica por la vida de su hijita. Pero por el camino, en medio de tanta gente que va con Jesús o pasa a su lado, del corazón de alguien brota un pensamiento especial. Un pensamiento que se dirige exclusivamente a la fuerza vital que emana del corazón bueno de Jesús. Ese pensamiento pensaba así: “con solo tocar su manto quedaré curada”.

Entramos entonces a la contemplación por este “pensaba…” de la hemorroisa, la mujer a la cual la vida se le iba yendo de a poco pero de manera creciente; entramos a Jesús por el pensamiento que brotó de ella lleno de amor y de fe total en el Señor.

Contemplamos su corazón. ¡Qué corazón lindo el suyo! Cuánto amor escondido a Jesús. Cuánta confianza en la bondad de Jesús se esconde en el pensamiento de que “con solo tocar su manto quedaré curada”. Decimos que el pensamiento le brotó del corazón. Y cuando decimos pensamiento tenemos que recuperar la fuerza de esta palabra. El pensamiento no es algo estándar, no es un medio para contactarse con la realidad. El pensamiento es una potencia del espíritu cuya unidad reside en el corazón del hombre. Un corazón bueno y sabio piensa virtuosamente. Piensa con una fuerza que le permite “remar contra la corriente”, remontar situaciones difíciles. Un corazón como el de la hemorroisa piensa con fuerza vital, piensa positivamente, con fe. Y por eso Jesús le dice: tu fe te ha salvado. Tu pensamiento virtuoso ha leído bien la realidad, ha sido capaz de sentir el latido de mi Corazón en la orla de mi manto.

¡Hay tanta gente así! Tanta gente que confía en Jesús en silencio, que lo ama sin que nadie lo note. Hay tanta gente que va cultivando pensamientos fuertes de fe en la intimidad y cuando llega la ocasión la “toca” y es bendecida. Hay tanta gente que dialoga interiormente de sus cosas con él y que reza por todos: por los que no conoce, por los enfermos, por la patria. Gente que no hace ruido, como la hemorroisa. Que no se hace notar, pero que está pensando en Jesús todo el tiempo. Gente que está haciendo actos de fe, positivos, virtuosos, y que toca las cosas con la música de su fe y les saca armonías y melodías en vez de disonancias.

La dinámica de la fe

El evangelio dice que, cuando la mujer le tocó el manto, “Jesús se dio cuenta en seguida de que una virtud (dínamis) había salido de él”. En música la “dinámica” se expresa marcando la intensidad con que se puede ejecutar una pieza. Están los pianísimos, los piano, los mezapianos, los fortes, y fortísimos. Jesús se da cuenta de las intensidades de la fe como un músico es capaz de percibir matices en la misma nota. El pianísimo de la mano de la mujer al tocar su manto, en medio de los tonos subidos de la multitud, hizo vibrar el Corazón del Señor y le sacó un tono fortísimo, como una corriente, dice también el griego, que secó instantáneamente la fuente de sangre de la mujer, así expresa el evangelio lo que nosotros traducimos como “cesó la hemorragia”.

Cuando Jesús se da vuelta y dirigiéndose a la gente pregunta “Quién tocó mi manto”, está hablando en términos de dinámica, en términos de intensidad. Los discípulos responden con aparente sentido común, inmersos en la intensidad coyuntural que fluye sin ton ni son en la corriente de la multitud que va por la calle. Pero uno sabe –no solo Jesús- cuando alguien lo toca para pedir algo humildemente. Así como distinguimos los empujones y la brusquedad, también sentimos la amabilidad del que nos toca el brazo para ceder un asiento o dar el paso.

La fe no es estática, es dinámica, tiene infinitos matices: es cuestión de intensidad. En un pianísimo se encierra la belleza de toda una intensidad que se contiene para darse con dulzura, casi en silencio. Así lo tocó la hemorroisa a Jesús e hizo vibrar de admiración su corazón. Se dio cuenta al instante pero no un segundo antes. Jesús también iba “distraído”, si se puede hablar así, o quizás, totalmente focalizado en Jairo y su hijita, y por eso sintió que “una virtud” había salido de él, y entonces para todo y quiere ponerle nombre. “Quién”, pregunta. Porque la fe tiene la intensidad de cada nombre propio.

Tu fe te ha salvado

La fe es cuestión de tonos. Cuando decimos “aumenta mi fe”, no estamos diciendo dame mucha, sino dame cambiar la intensidad. Y más bien no para el lado de los forte sino de los pianissimo. Dame una fe mansa y piana, que en un pequeño toque de con la nota justa con gran amor. Por eso el Señor habla de una fe como un granito de mostaza. Nosotros pensamos en algo chiquito, pero lo importante es la intensidad vital que encierra un granito de mostaza, al acorde de vida que late en su interior. Una fe pequeña es más bien una fe pianissima, que toque las realidades y las piense con intensidad callada y sonora.

Tu fe te ha salvado. Le pedimos a la hemorroisa la gracia de la fe. El nombre de hemorroisa parece el de una enfermedad y sin embargo tiene un sentido espiritual profundo, porque “ruomai” significa fluir, liberar, y se usa también para “salvar”. Ella liberaba sangre perdiendo vida y nosotros fuimos salvados por la efusión de sangre del Salvador, que es fuente de Vida.

La hemorroisa es tipo del ser humano que se desangra, que pierde energía y vitalidad derramándolas en tantos esfuerzos. Es como el que se deja secar la fuente por donde pierde vida y energía interior (como dice Grün). Es la persona que deja que fluya la fe de su corazón y que toque suavemente el corazón del Señor, fuente de Vida verdadera.

El Señor es el que hizo cesar nuestras hemorragias con la Suya. El que derramó con su Sangre el Espíritu para el perdón de los pecados. Una hemorragia necesita una transfusión y él es el donante generoso.
Nos quedamos, pues, contemplando y dejando resonar los matices de la escena en nuestro corazón, pidiendo a esta santa mujer, tan tímida en cuanto a respeto humano y tan audaz en la fe, que nos comparta la gracia de esa fe que la llevó a ponerse en contacto armonioso con la Fuente de la Vida.
Una última imagen: la de Jesús dándose vuelta y mirando a la gente hasta dar con los ojos de la mujer que tocó su manto. Jesús conoce a la gente que es como la hemorroisa. Conoce a su pueblo sencillo que lo toca con fe, en el manto de sus imágenes y de las de sus santos. Jesús ama a esta gente y le dedica lo mejor de su amor. Porque él es uno de ellos. El también se acerca a nosotros en medio de la multitud y nos toca apenas el brazo, a veces pidiendo algo, otras con algún gesto amable. Y si uno se da cuenta de que fue Él, si uno aprende a sentirlo se sana de tantas cosas! En primer lugar de las enfermedades que hacen sangrar, que hacen “perder energía”, perder vida: los rencores que sangran por las heridas del corazón, las desilusiones que sangran por la herida de la mente… Y si algo ya no sangra porque se ha muerto, para el Señor “duerme” y puede venir a resucitarlo con su “talita kum”, pequeña, yo te lo mando ¡levántate!.

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