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GESPONSERT
On the Season 2 debut of Lost Cultures: Living Legacies , we travel to Bermuda, an Atlantic island whose history spans centuries and continents. Once uninhabited, Bermuda became a vital stop in transatlantic trade, a maritime stronghold, and a cultural crossroads shaped by African, European, Caribbean, and Native American influences. Guests Dr. Kristy Warren and Dr. Edward Harris trace its transformation from an uninhabited island to a strategic outpost shaped by shipwrecks, colonization, the transatlantic slave trade, and the rise and fall of empires. Plus, former Director of Tourism Gary Phillips shares the story of the Gombey tradition, a vibrant performance art rooted in resistance, migration, and cultural fusion. Together, they reveal how Bermuda’s layered past continues to shape its people, culture, and identity today. You can also find us online at travelandleisure.com/lostcultures Learn more about your ad choices. Visit podcastchoices.com/adchoices…
Homilías de cuatro minutos
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Homilías cortas del domingo
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15 Episoden
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Усі епізоди
×Pentecostés Hoy viene el Espíritu Santo. Queremos que permanezca con nosotros. ¿Cómo sabemos que es él? ¿Dónde lo encontramos? Hay algunos signos que nos muestran su presencia entre nosotros. Él es muy discreto, e intenta pasar desapercibido, pero podemos descubrir sus huellas en las almas. La primera es la bondad. Una persona que tiene el Espíritu Santo intenta hacer el bien. Se nota que tiene un buen corazón, que quiere ayudar a los demás, y que, a pesar de sus miserias, se da sin limitaciones. Hay algo en esa persona que revela el fuego del Paráclito, imposible de esconder. El segundo signo es consecuencia del primero: alegría; un gozo radiante y contagioso. Algo que notas y que te atrae. Aparece por los poros de la piel, una cara sonriente, carcajada limpia y un buen humor constante. Una persona que quieres tener alrededor tuyo, que enciende la conversación y que cambia el ambiente de cualquier encuentro. El Espíritu Santo no se encuentra en una actitud negativa, cínica, acusadora. Por sus frutos los conoceréis. A los niños les atrae gente alegre. La alegría del Espíritu Santo es incontenible, explosiva, no se pude dominar, como un volcán en erupción. Aparece cuando menos lo esperas. Ese es su tercer rastro: testimonio. Es el ejemplo de los santos, que produce un largo seguimiento, algunos a través de los siglos. Nos mueve, más lo que hacen, que lo que dicen. Sus vidas nos inspiran a imitarlos, a hacer cosas grandes por Dios. Leemos sus biografías para aprender de ellos, para encontrar lo que Dios quiere de nosotros. La cuarta señal es una disposición interior: un profundo deseo de Dios. Cuanto más lo descubrimos, más lo deseamos. Crece con el tiempo, como el buen vino. Queremos conocerlo mejor, comprender su esencia. Lo buscamos a través de libros, charlas, clases, podcasts, comentarios de la Biblia. Nunca estamos satisfechos con el conocimiento que tenemos; queremos más. Cuanto más le conocemos, más le amamos. Esto nos lleva a la quinta expresión de la presencia del Espíritu Santo en nuestra alma: Amor. Es uno de sus nombres propios. Es para lo que hemos sido creados, lo que deseamos profundamente en nuestros corazones, la fuente de toda felicidad verdadera. Un amor que no se acaba, que siempre crece, que se ensancha, cambia, que nos llena. Es el amor que nos espera en el cielo, un amor que nos da un conocimiento especial, más profundo, personal, relacional. Conocemos y amamos con nuestro intelecto y voluntad. Los dos están relacionados. Cuanto más amamos, más conocemos. La Biblia utiliza el verbo conocer, para expresar la intimidad entre marido y mujer, porque queremos conocer a la persona que amamos. Conocimiento que lleva a desear la unión. josephpich@gmail.com…
La Ascensión Los Hechos de los Apóstoles nos dicen que cuando Jesús fue elevado al cielo, una nube lo ocultó a sus ojos. No lo podían ver más. No significa que no esté ahí, sino que está detrás de la nube. El libro del Apocalipsis dice que Jesús volverá sentado en una nube para juzgar a los vivos y a los muertos. No está muy lejos de nosotros, aunque no lo podamos ver. Está detrás de la nube, cuidándonos. Como el sol que desaparece durante la tormenta, pero siempre está ahí, calentando la tierra. Sabemos que Jesús siempre nos protege, aunque a veces atravesemos momentos difíciles o caigamos en agujeros negros. Mientras los apóstoles miraban al cielo se presentaron dos hombres con vestiduras blancas diciendo: “hombres de Galilea, ¿Qué hacéis mirando al cielo?” Jesús tuvo que enviar dos ángeles para decirles que se había ido definitivamente y que no volvería en un futuro próximo. Hasta entonces Jesús aparecía y desaparecía. Ahora les tocaba comenzar a trabajar. Jesús estuvo tres años enseñándoles el evangelio; ahora era su turno para pasarlo a la próxima generación. Lo hicieron con generosidad, dando su vida, como Jesús hizo por nosotros. Ahora nos toca a nosotros. Es nuestro turno. Para eso Dios nos ha puesto en este mundo. El Bautismo nos autoriza a llevar el evangelio a los demás, a ser testigos de su resurrección. La gente ve a Jesús como un buen hombre, que dijo cosas bonitas, pero lo ponen al mismo nivel de las demás figuras religiosas. Hay una diferencia capital: los demás piden que sigan sus enseñanzas; Jesús nos dice que le amemos y le sigamos. Él es el único que dice ser Dios. O es un loco, o es verdaderamente Dios. Si aceptamos su divinidad cambia completamente nuestra vida. Los apóstoles nos dan un buen ejemplo. El evangelio dice que volvieron a Jerusalén con gran alegría. Es la felicidad de la buena nueva, sabiendo que tenemos un tesoro en nuestras manos, que caminamos con la verdad, y que podemos ayudar a los demás a liberarlos de la esclavitud de sus vicios, sus miserias y la oscuridad de una vida sin sentido. Algo dentro de nosotros nos empuja a diseminar el fuego que quema nuestro corazón. Los ángeles acaban diciendo a los apóstoles que “este mismo Jesús, que de entre vosotros ha sido elevado al cielo, vendrá de igual manera a como le habéis visto subir al cielo.” No nos ha abandonado, no nos ha dejado huérfanos. Va a volver por nosotros. Nos está esperando para que terminemos nuestra misión, y nos llevará al lugar que ha preparado para cada uno de nosotros. Un lugar que no podemos ni soñar. Será una sorpresa mayúscula, maravillosa. No te preocupes si te ves cansado. Tenemos toda la eternidad para descansar con Dios y la gente que amamos. josephpich@gmail.com…
La Paz Cuando Juan Pablo II fue elegido Papa, al salir al balcón de la plaza de San Pedro para saludar a la muchedumbre, comenzó diciendo: No tengáis miedo. No entendí entonces porque había dicho esto. Yo era joven y no tenía miedo al futuro. La vida estaba abierta para mí. Más tarde entendí sus palabras. Nuestra sociedad moderna tiene miedo al futuro. Gastamos mucho dinero en seguros, guardamos el dinero en el banco, las joyas en la caja fuerte y nos rodeamos de medidas de seguridad. Vivimos en una sociedad en tensión, en un ambiente de guerra, porque hemos echado a Dios por la ventana. Hoy en el evangelio Jesús nos ofrece su paz. Él es la vid y nosotros los sarmientos. Mientras estamos unidos a la vid nos viene la savia. Pero no la queremos. Nos interesa otra paz, la que el mundo ofrece. Pensamos que el dinero nos traerá la felicidad. Dicen que si ganas la loteria tu vida se convierte en un infierno. Los multimillonarios nunca son felices; siempre quieren más dinero. Pensamos que el alcohol, las drogas, el sexo nos harán felices. Es lo contrario. Nos complican la vida. La paz no viene de una vida sin problemas. No hay vida sin sufrimiento. Tiene que ver como afrontamos los desafíos, como mantenemos nuestra paz interior en medio de nuestra lucha diaria. ¿Qué es lo que me hace perder la paz? ¿Cómo la recupero? Normalmente recobramos la paz cuando rezamos o tratamos de ver las cosas a través de los ojos de Dios. Si estamos ansiosos, preocupados, deprimidos, no podemos rezar. El amor de Dios nos trae la serenidad, la tranquilidad, la paz de mente y el buen humor. Muchas veces utilizamos el tiempo de oración para recuperar nuestra paz. La oración es un ejercicio de aceptar la voluntad de Dios y abandonar las cosas en sus manos. Santa Catalina de Siena decía que sin guerra no hay paz. Si eres perezoso, si no luchas, si te abandonas, es imposible encontrar la paz. Todos tenemos la experiencia de conseguir la alegría después de ganar una batalla. Para conseguir la paz debemos vencer nuestros enemigos. Si quieres saber quién es tu mayor enemigo, mírate en el espejo cada mañana. No te olvides de tu imagen. Grábala en tu memoria. Somos nuestro peor enemigo. Los santos experimentan la paz a pesar de muchas tribulaciones. En medio de tormentas furiosas, mantienen una tranquilidad interior. El beato Álvaro era un hombre en paz consigo mismo. Lo puedo testificar yo mismo. Podías sentirlo al estar cerca de él. Tuvo que vencer muchas batallas. Todo el mundo busca la paz, aunque no lo reconozcamos. No es fácil de conseguirla, raro de encontrarla; es como un diamante precioso. Lleva tiempo el adquirirla. Hay que seguir cavando. Los cristianos deberíamos ser sembradores de paz y alegría. No podemos dar lo que no tenemos. La paz es un fruto del Espíritu Santo. Vamos a pedirla: danos la paz. josephpich@gmail.com…
Un mandamiento nuevo El mandamiento nuevo es todavía nuevo. Lo será siempre. Cada día tenemos una nueva oportunidad de cumplirlo. Todos tenemos que luchar para conseguir dos virtudes, que comienzan con C: caridad y castidad. Tienen que ver con nuestros cuerpos y los cuerpos de los demás. No somos ni espíritus puros, ni ángeles. Tenemos cuerpos y chocamos unos con otros. Eso nos ayuda a pulir nuestro carácter. Los demás nos atraen o nos repelen. No somos un billete de 100 euros que a todo el mundo gusta. Hay una leyenda de la vida de Jesús que, yendo con sus apóstoles, se le acercó una mujer muy bella, y le pidió el don del amor: Todo el mundo me quiere porque soy bella, pero yo no amo a nadie. Jesús le preguntó: ¿Estás dispuesta a subir la montaña? Ella contestó: yo quiero ser feliz. Jesús transformó su belleza en fealdad. Se convirtió en una mujer baja, gorda y desagradable. Ahora tenía que darse a los demás. Hemos sido creados para amar, nos guste o no nos guste. Está inscrito en nuestra naturaleza. Somos más felices cuanto más amamos. Y, al contrario, somos miserables cuando estamos sedientos de amor. Cuanto más nos damos, más nos olvidamos de nosotros mismos, de nuestros problemas. El infierno es estar solo con uno mismo para siempre. Jesús nos da la medida de cómo debería ser nuestro amor: como yo os he amado. Parece una meta imposible, pero Dios no pide imposibles. Nos ayuda si queremos. Nos engranda el corazón de una manera asombrosa. Podemos llegar a amar con su amor. Había una vez un abad de un monasterio que estaba preocupado por la falta de fraternidad entre los monjes. Se fue a hablar con un hombre santo. Este le dijo que uno de sus monjes era Jesús. No se lo creyó, pero el santo se lo aseguró dos veces. De vuelta al monasterio comenzó a pensar quien podía ser. ¿El bibliotecario? Se pasa todo el tiempo leyendo libros. ¿El cocinero? Come a todas horas. ¿El portero? Critica a todo el mundo. ¿El sastre? No consigue hacer un hábito a la medida. ¿El barbero? Bebe cerveza mientras te corta la barba. Cuando llegó al monasterio reunió a todos los monjes y les dijo: He ido a ver un hombre santo porque estoy preocupado de la falta de caridad entre nosotros, y me ha dicho que tenemos a Jesús entre nosotros; yo no lo creo, pero os lo digo por si acaso. Entonces todos los monjes comenzaron a pensar quien podía ser Jesús. El ambiente de la casa cambió completamente. Este es el secreto: intentar ver a Jesús en cada persona. El Papa Francisco decía que, si encontramos a alguien que nunca ha hablado mal de nadie, que nunca ha juzgado, lo podemos canonizar. Puso en el Vaticano un icono de la Virgen el dedo cerrando sus labios, titulado la Madona del silencio. San Felipe Neri le dio a una mujer, que hablaba mal de todo el mundo, una almohada de plumas, y le puso como penitencia que fuera al edificio más alto de la ciudad y echara las plumas al aire. Cuando volvió le dijo: ahora recógelas todas. Ella le dijo: imposible. Aprendió la lección: es imposible recuperar nuestras palabras cuando las lanzamos al viento. josephpich@gmail.com…
Buen Pastor La tarea más importante del Buen Pastor es conducirnos al buen pasto, lleno de hierba verde. ¿Dónde se encuentra? Tenemos una idea equivocada de donde está. Pensamos que son las riquezas, los honores, la salud, el poder, el placer, la belleza o el amor. Son fines que buscamos dependiendo de nuestra edad y circunstancias. Sino estamos convencidos de que Jesús nos lleva a nuestra plenitud, como vamos a seguirlo. Ese es el problema. No creemos que Jesús nos está conduciendo al paraíso. Los santos son muy claros en este tema. Saben donde está el mejor pasto: en el cielo. Y quien los conduce: Jesús. Lo siguen sin pensárselo dos veces. Si el cielo existe, nuestras vidas deben ser medidas por esa realidad. El demonio trata de distraernos de nuestro destino, e intenta a toda costa que nos entretengamos con las cosas de aquí, que se rompen, desaparecen y nunca nos pueden llenar completamente. Son como el agua que se escurre entre los dedos de la mano. ¿Cuándo nos vamos a convencer de ello? Cuando Santa Teresita del Niño Jesús era pequeña, solía ir a su madre, le daba un beso y le decía: quiero que te mueras. Cuando era reprendida por ese deseo, decía con sus grandes ojos azules: pero no dices que para ir al cielo hay que morirse. Esta es la lógica de los niños. La muerte es la puerta del cielo, y como intentamos con todas nuestras fuerzas evitarla o retrasarla. Deberíamos ser más amigos de nuestra hermana la muerte, que nos hará el favor de llevarnos a la vida eterna. Es así como los santos miran a la vida y a la muerte, desde el otro lado de la cortina que nos separa de la eternidad. No nos damos cuenta de que esa tela es muy delgada; un pequeño roce y se rasga. Dios ha inscrito en nuestros corazones un deseo de eternidad, un anhelo de estar con Dios y con la gente que amamos para siempre. El Salmo 42 lo expresa con perfección: “Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?” Dios lo ha hecho para que no nos perdamos o distraigamos de nuestro destino. Por eso nuestro corazón está siempre en tensión, nunca contento con lo que tenemos, con un deseo de infinitud e inmensidad. El Buen Pastor nos ayuda a caminar con nuestros ojos fijos en el cielo. Lo mejor que podemos hacer por los demás es ayudarles a llegar a estos pastos eternos. Eso es lo que importa en nuestras vidas. Como expresa el dicho con sabiduría: el que se salva sabe, y el que no, no sabe nada. No podemos olvidar que estamos aquí para ir al cielo y traernos con nosotros a la gente que Dios ha puesto a nuestro lado. No podemos dejar a nadie detrás. Vamos a seguir al Buen Pastor más de cerca para no perdernos. josephpich@gmail.com…
Segunda pesca milagrosa Pedro dijo: “Voy a pescar.” Los otros apóstoles le contestaron: “Vamos contigo.” Esa noche no pescaron nada. Era una buena idea para hacer un poco de dinero y conseguir algo de comer, pero después de pasar la noche echando las redes, solo cogieron una sandalia vieja y un ánfora rota. La última vez que fueron a pescar fue la primera pesca milagrosa. Pensaban que lo conseguirían otra vez. Comenzaron con mucho entusiasmo, pero mientras transcurrían las horas, la conversación fue desapareciendo mientras el cansancio se acumulaba. El amanecer los sorprendió con las manos vacías. Al acercarse a la orilla, un hombre les estaba esperando. No lo reconocieron porque el sol ascendía por detrás de él. Les gritó si habían cogido algo para comer. Es la peor pregunta que se puede hacer a un pescador. Respondieron entre dientes: ¡No! Lo mismo nos pregunta Jesús ahora: ¿Habéis pescado a alguien? Cuando Jesús llamó a los primeros apóstoles, les dijo que iban a pescar hombres. El hombre desde la orilla les dijo que echaran la red a la derecha de la barca. Lo hicieron, sin saber porque, más por costumbre, quizás para probarle que estaba equivocado. ¿Quién era él para darles lecciones a unos pescadores profesionales? La red se comenzó a llenar de tal manera que se hundía la barca. No podían subirla por la gran cantidad de peces. Mientras los otros intentaban tirar de la red, Juan miraba al hombre en la playa con sus ojos oscuros, su figura recordándole a alguien conocido. De repente le comentó a Pedro: “Es el Señor.” Lo descubrió gracias a sus ojos limpios y a su corazón puro. San Josemaría comenta que el amor ve de lejos. Las distancias no cuentan a un corazón enamorado. Cuando Pedro oyó que era Jesús, saltó al agua, sin pensárselo dos veces. Él siempre tan directo, primario, predecible. Podía haber esperado a que la barca tocara la orilla, sólo a unos metros de distancia. Pero quería ser el primero en llegar, después de su negación. Su dolor no podía esperar, pues quería hablar a solas con Jesús. Cuando llegaron a la orilla, Jesús ya tenía un buen fuego encendido. Sabía que venían mojados, cansados y hambrientos. Se sentaron alrededor del fuego para cocinar los peces. No hay nada que sepa mejor que un pescado recién cogido, que se derrite en la boca como mantequilla, todavía coleando. Jesús había traído un poco de pan y un buen vinillo blanco para acompañar la comida. Los apóstoles comieron sin decir nada, con la boca llena de pescado. Tenían ciento cincuenta y tres peces grandes para comer, que, divididos entre ocho, tocaban a diecinueve cada uno. Antes de hablarles, Jesús se aseguró de que estaban bien alimentados y descansados. Hace lo mismo con nosotros. Primero cuida de nuestros cuerpos y luego alimenta nuestras almas. Pero tenemos que obedecerle y echar la red a la derecha de nuestra barca. josephpich@gmail.com…
Tomás Los discípulos de Jesús habían cerrado las puertas por miedo a los judíos. Jesús, atravesando las paredes, se situó en medio de ellos y les dijo: la paz sea con vosotros. Llegó con su cuerpo glorioso y les costó reconocerle. Este es el cuerpo que vamos a tener, cuando al final del tiempo ocurra la resurrección de la carne. Somos cuerpo y alma y para ser realmente humanos nos hará falta recuperar nuestro cuerpo. Nuestra sociedad adora el cuerpo, pero se ha olvidado del alma. Intenta con todas sus fuerzas guardarlo joven y eterno, en un ejercicio frustrante e inútil, pues no se puede parar lo inevitable. ¿Dónde está nuestra alma? Por todo el cuerpo. Está tan unida a él que no se puede separar. Solo vemos el cuerpo, pero experimentamos el alma. Hay gente que odia su cuerpo. No están contentos con él, y prefieren ser diferentes, más altos, delgados, con ojos azules, pelo rubio, más bellos. Nos comparamos con los demás, especialmente a través de los medios sociales. No te preocupes, pues nuestro cuerpo es provisional, efímero, reciclable. Nos espera un cuerpo asombroso en la próxima vida. Aquí nos preocupamos demasiado de un cuerpo que se va a transformar magníficamente. Hay diversas opiniones acerca de cómo va a ser nuestro cuerpo glorioso. Lo que sabemos es que tendremos el mismo cuerpo que tenemos ahora, con la misma identidad, pero recuperando lo que hemos perdido en toda su integridad. Dicen que será perfecto, con la edad ideal, en la cima de su plenitud. No nos hará falta recurrir a programas del internet para representar el cuerpo ideal. Los teólogos hablan de cuatro cualidades del cuerpo glorioso: impasibilidad, sutilidad, agilidad y claridad. Son palabras complicadas pero que expresan conceptos simples. Impasibilidad significa que nuestros cuerpos serán inmortales, imperecederos, sin degeneración, sin sufrimiento ni enfermedad, sin la inclinación al pecado. Sutilidad significa que nuestros cuerpos serán espirituales, con la posibilidad de atravesar la materia, con perfecto control de nuestras facultades, rápidos de pensar, con un intelecto al cien por cien y una memoria de computador. Agilidad nos permitirá mover nuestros cuerpos a la perfección, obedeciendo con facilidad y rapidez de movimientos, cambiando de un lugar a otro sin problemas. Claridad está conectada con el adjetivo glorioso, libre de deformidades y rebosando belleza; rodeada de esplendor con la radiación de luz. No te enfades con tu cuerpo. Espera y sueña con un cuerpo futuro, del que no podemos ni imaginar su grado de perfección. josephpich@gmail.com…
Jueves Santo Hoy es un día importante para la Iglesia en el que los sacerdotes solemos celebrar dos Misas. Por la mañana concelebramos en la catedral con el obispo la Misa Crismal. Dos acciones principales ocurren durante esta Misa. Primero renovamos nuestras promesas sacerdotales de poner a Jesús como centro de nuestras vidas, de obedecer al obispo, y de cuidar al Pueblo de Dios. Segundo, durante la Misa el obispo consagra los tres aceites que utilizamos durante los sacramentos del Bautismo, Confirmación, Orden Sacerdotal y Unción de enfermos. Llamamos Santo Crisma al aceite consagrado. Al final de la Misa nos llevamos los santos oleos a la parroquia y los guardamos en un lugar sacro, quemando los que quedaban del año anterior. Por la tarde celebramos la Misa del Jueves Santo, el inicio del Triduo Pascual. Conmemoramos tres sucesos que ocurrieron en la última cena: el lavado de los pies, la institución de la Eucaristía y el sacerdocio. La Eucaristía es el más importante. Jesús tenía que subir al cielo, pero quiso quedarse con nosotros, porque nos ama y nosotros le necesitamos. Lo podía hacer porque era Dios. Nos ha dejado este sacramento, para que el sacerdote pueda consagrar el pan y el vino, para que nosotros podamos alimentarnos de su cuerpo y de su sangre, y para que Jesús se pueda quedar con nosotros en el sagrario. Si todos los sacramentos son importantes, este es el más importante, porque si en ellos recibimos la gracia de Dios, en la Misa recibimos al mismo Cristo. En el lavatorio de los pies imitamos a Jesús lavando los pies a sus discípulos. Normalmente lavamos los pies a doce hombres, el mismo número de los doce apóstoles. Lo que realmente recordamos es como Jesús tomó la forma de siervo para lavarnos nuestros pies. El lavado de los pies estaba reservado a los esclavos. Dios se abaja a nuestro nivel para ejecutar una tarea servil. Nuestros pies necesitan un buen lavado, porque cuando andamos nos ensuciamos. Pedro le dijo a Jesús que le lavara también las manos y la cabeza. Nosotros como a Pedro también nos hace falta un buen lavado. Jesús está dispuesto a lavar nuestros pies sucios por el pecado pues incluso lavó los de Judas. También conmemoramos hoy el principio del sacerdocio. Jesús estableció sacerdotes para su Iglesia, para poder así renovar el sacrificio del Calvario a través de los siglos. La razón de nuestro sacerdocio es la Misa. También necesitamos sacerdotes para los demás sacramentos, especialmente para la confesión, para poder ser lavados de nuestras miserias y hacernos más fuertes. Hoy es un día especial para rezar por los sacerdotes, especialmente los de nuestra parroquia. Cuanto más rezamos por ellos, más santos se vuelven. En cierta medida es una oración egoísta. Nos tocan los sacerdotes que nos merecemos. Cuando nos quejamos de ellos, deberíamos culparnos a nosotros mismos: no rezamos lo suficiente. Al final de la Misa reservamos el Santísimo Sacramento en un lugar especial bien decorado con flores y velas, llamado monumento, para adorarlo. Viene de la costumbre de guardar suficientes hostias para poder dar la Comunión el Viernes Santo, donde no podemos tener Misa, pues Jesús yace muerto. Es tradición esa noche el ir a visitar los monumentos para pasar un rato de compañía con Jesús. Le acompañamos en esta noche, donde se encuentra solo en el huerto de los olivos. josephpich@gmail.com…
Viernes Santo Después de la homilía vamos a traer un crucifijo velado, Jesús escondido detrás de un paño de color púrpura. Violeta solía ser un color real, pues era el colorante más caro de producir. Herodes vistió a Jesús con un manto de ese color, para mofarse de él. Cubrimos el crucifijo porque no sabemos si está todavía vivo, o porque no queremos verlo morir por nosotros. Cuando los descubrimos significa su muerte. Antes estaba escondido; ahora ya lo sabemos. Vamos a descubrir cada miembro despacio, con música, para recordar mejor sus llagas. Vamos a cantar: “Mirad el árbol de la Cruz”, despacio, para verlo mejor, para contemplar cada una de sus cinco heridas, grabadas en su carne. Te recomiendo mirarle a los ojos. Tenemos miedo a mirarlo, porque no queremos ver lo que le han hecho. Con su cuerpo nos dice: este soy yo. Tenemos que mirarlo a la cara, de frente. ¿Aguantas su mirada? ¿Lo puedes mirar derecho? Después lo vamos a venerar, con tiempo, uno a uno, una larga cola. Necesitamos tiempo para arrepentirnos, para expiar por nuestros pecados. Tenemos prisa para pecar, pero somos remisos para pedir perdón. La contrición arrastra los pies. No vamos a utilizar tres crucifijos para ir más rápido. Si no, parece que estemos en el Calvario, con los ladrones a cada lado. No quiero besar al mal ladrón. Vamos a besarlo para suavizar su sufrimiento, para lavar nuestros pecados. A veces los niños tienen miedo de besarlo; ven más allá que nosotros. ¿Como podemos besarlo después de haberle infligido tanto dolor? Parece un poco como el beso de Judas. Tenemos que llorar delante de él, con lágrimas de arrepentimiento. El crucifijo nos enseña sus cinco llagas, abiertas en frente de nosotros. Podemos encontrar refugio en ellas. Los santos han tenido mucha devoción a las heridas del Señor. Nos recuerdan nuestras propias heridas, esas cicatrices que no han curado, que nos muestran nuestras fracturas. Nos quejamos de ellas, pero no dejamos que Jesús nos las cure. Jesús está orgulloso de sus llagas. Nos las muestra como medallas, prueba de lo que ha sufrido por nosotros. En el ejército, cuando te hieren, te decoran con una medalla. Nuestras cicatrices muestran que hemos luchado y que nos han herido. Deberíamos estar orgulloso de ellas. Si las vemos como medallas, prueba de que hemos sufrido, pueden comenzar a curarse. En vez de quejarnos de ellas, podemos comenzar a entender por qué Dios las ha dejado que ocurran, y dar gracias por ellas. Cuando bajaron el cuerpo de Cristo de la cruz, lo pusieron en los brazos de su madre. Aunque su sangre manchaba sus vestidos, a ella no le importaba, porque quería abrazarlo por última vez, su cuerpo todavía caliente. Hubiera querido que ese momento durara para siempre, para poderlo besar, recordando cuando lo tenía en sus brazos recién nacido, llorando por su leche. josephpich@gmail.com…
Domingo de Pascua María Magdalena fue a la tumba el domingo muy de mañana y la encontró vacía. Fue la primera en descubrir la ausencia del cuerpo de Jesús. Es muy importante para los cristianos esa realidad, pues nos demuestra que resucitó; Jesús venció a la muerte. La tumba vacía es un icono de su resurrección. La Magdalena corrió de vuelta a los apóstoles y les dijo lo que había visto. Pedro y Juan corrieron a la tumba para comprobarlo. Juan llegó primero porque era más joven y corría más rápido. San Jerónimo dice que el celibato da alas. Esperó a que Pedro llegara para entrar. Pedro ya era entonces el líder de los apóstoles. El Evangelio dice que Juan “vio y creyó”. ¿Qué es lo que vio? Es una buena pregunta. Vio la mortaja del cadáver en el suelo. Conocía tan bien al Maestro que se dio cuenta de que había resucitado. Fue el único apóstol que estuvo presente el viernes al atardecer, cuando colocaron su cuerpo en la cueva. Al ver cómo estaban dispuestas las cosas en la tumba, pudo llegar a la conclusión de que Jesús había salido de ahí por sí solo. Es una experiencia humana común. Puedes ir a tu casa y saber quien ha estado ahí, quien ha dejado los platos sucios en la cocina, quien ha tirado su ropa por el suelo, quien ha entrado en la despensa y se ha comido el chocolate. Los judíos acusaron a los apóstoles de haber robado el cuerpo de Jesús. El Evangelio nos dice que Juan vio los “lienzos plegados”. La expresión en griego indica que los lienzos estaban como aplanados, caídos, como si se hubieran vaciado al resucitar el cuerpo de Jesús. Entendemos así que Juan, al ver la escena, creyera en la resurrección de Jesús. Si robas el cuerpo de un muerto, lo robas con su mortaja; no la dejas detrás en el suelo, de la manera que la vio el discípulo amado. El sudario que había envuelto la cabeza de Jesús no estaba “plegado junto con los lienzos, sino aparte, todavía enrollado, en un sitio.” Parece ser que tenía todavía la forma de la cabeza, con volumen, como si hubiera sido parte de una momia o un capullo, posiblemente acartonado por la acción de los oleos que habían ungido su cuerpo. Ello demuestra que Jesús resucitó de una manera sobrenatural, trascendiendo las leyes naturales. Su cuerpo no había sido reanimado, como ocurrió con Lázaro, que hubo que ser liberado de su mortaja para poder andar. Jesús venció la muerte dejando los lienzos allí, sin tocarlos, como deslizándose a través de ellos. Esto nos recuerda la Santa Sábana, la famosa reliquia de Turín. Los que la han estudiado opinan que es el lienzo que vieron Pedro y Juan en el suelo de la tumba vacía. Ese lienzo ha atraído mucha veneración y al mismo tiempo mucho debate. Juan Pablo II dijo que “es un espejo del Evangelio.” Benedicto XVI tenía mucha devoción al Sábado Santo porque lo bautizaron en ese día. Cuando fue a ver esta reliquia dijo: “este santo lienzo puede alimentar y estimular la fe, fortalecer la devoción cristiana, porque nos empuja a ver la faz de Cristo, al cuerpo del crucificado y al Cristo resucitado, para contemplar el misterio pascual, el corazón del mensaje cristiano.” La gente que va a verla, va con la intención de contemplar la faz del Señor. Ese es nuestro deseo más profundo: ver a Dios, ser eternamente feliz en el cielo contemplando su divina esencia, aunque mucha gente no se da cuenta de ello. Felices Pascuas. josephpich@gmail.com…
Domingo de Ramos Hoy comenzamos la Semana Santa. El Domingo de Ramos es la puerta. Entramos en la semana más santa del año. Debemos andar despacio; pisamos en suelo sagrado. Descálzate y anda de puntillas. Frena y trata de seguir las pisadas del Señor. Deberíamos intentar guardar el paso de Jesús, no muy rápido, no muy despacio, lo justo; para no pasarle, ni perderlo. Una vez al año la Iglesia nos ofrece la oportunidad de acercarnos a Jesús y tocar de una manera especial su humanidad, que nos lleva a su divinidad. Cada año nos acercamos más al centro, como en una espiral, hasta que un día Dios nos atraerá hacia sí. Hemos cubierto todos los crucifijos con una tela de color púrpura. ¿Por qué? No es para esconder a Jesús, sino para elevar nuestros sentidos hacia las cosas espirituales, y fomentar dentro de nosotros el deseo de la Pascua. Aunque son piezas de arte que nos ayudan a ver a Jesús, no son su imagen real, sino chispas de su humanidad. En el cielo encontraremos la plenitud. No te preocupes, en el vienes santo volveremos a ver el crucifijo. Hoy es un día de alegría pues Jesús entra en su ciudad santa entre los gritos de júbilo de la muchedumbre. En la Misa utilizamos las palabras de la gente que hoy gritaron para aclamarle: Bendito el que viene en nombre del Señor, Hosanna en el cielo. Hosanna significa “sálvanos”. Se utilizaba para aclamar a los reyes. Hoy dejamos entrar en nuestro corazón al rey de nuestra vida. Lo aclamamos con gritos de júbilo. Golpea en la puerta para que le dejemos entrar. La cerradura está en nuestro lado. La fiesta de hoy es una paradoja. ¿Por qué? Porque es algo contradictorio, que parece una cosa y es otra. Es un día de alegría, pero que nos abre la puerta de la pasión y la muerte de nuestro Señor Jesucristo. Es el principio de una semana cruenta. Pero no te preocupes, tiene final feliz. Va a resucitar de la muerte. Hoy le aclaman, mañana le condenarán a muerte. Hoy le gritan Hosanna, mañana gritarán para que le crucifiquen. Hoy le llaman rey de Israel, mañana le dirán que no tienen más rey que al Cesar. Hoy lo saludan con ramas de palmeras, mañana le van a azotar. Hoy le celebran con ramas de olivo, mañana le van a coronar con espinas. Hoy ponen sus vestidos en el suelo como alfombra, mañana le van a dejarlo desnudo. Hoy le dan un burro para que lo monte, mañana le dan el madero de la cruz. Pasa lo mismo con nosotros. Hoy le decimos que le amamos y mañana lo dejamos solo. Hoy le prometemos el oro y el moro, y mañana nos olvidamos de nuestras promesas. No tengamos miedo a comenzar el camino del Calvario, donde tanta gente se queda atrás, como los apóstoles, donde la mayoría huyen, uno le niega y otro le traiciona. Es un camino largo y empinado, lleno de curvas, de sorpresas y de obstáculos. Por eso debemos ir de la mano de María nuestra Madre, para no perdernos, para no volvernos atrás, y sortear los peligros del camino. josephpich@gmail.com…
La mujer adúltera San Agustín define el encuentro entre Jesús y la mujer adúltera con esta gran expresión: Misera et Misericordia; la pobre mujer y Jesús clemente, la pecadora y Dios. El Papa Francisco llama a su Carta Apostólica del Jubileo de la Misericordia, Misericordia et Misera. Les da la vuelta, enfatizando el amor y la reconciliación, por encima del pecado y la justicia, diciendo que “la miseria del pecado se vistió con la compasión del amor.” Ahí se encuentran, una frente al otro, la humanidad y la divinidad, nuestra naturaleza pecadora y el poder curativo de Dios. Cuando Jesús les dice a los fariseos que “el que de vosotros esté sin pecado que tire la piedra el primero”, se pueden oír el sonido de las piedras golpeando el suelo. Se marchan, primero los más viejos; cuanto más mayores, más pecados. Mientras, Jesús escribe en la tierra con su dedo: ¿Quién de vosotros ha pecado con ella? Jesús es el único que no tiene piedras para lanzarlas, aunque él si tiene el derecho de hacerlo. Nosotros también dejamos caer las piedras que guardamos en nuestro corazón. Son todos esos resentimientos que oscurecen el alma. Dejemos que se los lleve el perdón de Jesús. Ahí están solos, Jesús y la mujer, hermosa, su pelo cayéndole sobre sus hombros, cubriendo sus pecados. El sol brilla en lo alto. La luz de Dios que convierte lo antiguo en nuevo, que revela lo escondido y sana lo que está enfermo. Jesús alza sus ojos y la mira por primera vez diciendo: “Mujer, ¿dónde están?” Ella lo mira con curiosidad, tratando de comprender quien es ese hombre. Ella pensaba que conocía a los hombres, pero sus ojos son diferentes, llenos de ternura y compasión. Sus ojos se cruzan, misericordia y mísera, el hombre Dios y la mujer pecadora. Lo mismo que experimentamos cuando nos confesamos y nos encontramos con la infinita misericordia de Dios. Dejemos que Jesús ojee en nuestro corazón como hizo con la mujer adúltera. Jesús le pregunta después de un largo silencio, mirando alrededor: “¿Ninguno te ha condenado?” Su voz suena por primera vez, femenina, llena de contrición: “Ninguno Señor.” Le llama Señor. Ahora si lo ha descubierto. Ha escudriñado a través de sus ojos varoniles, y ha percibido la inmensidad de su amor. Jesús la dejó dar una ojeada a su corazón, al mismo tiempo que la sanaba. Podemos aprender de él. Tenemos tantas cosas que perdonar y olvidar. Ella espera su veredicto, aunque sabe bien lo que va a decir. Lo ha leído en su corazón. Con una sonrisa consoladora Jesús dice: “Tampoco yo te condeno; vete y a partir de ahora no peques más.” Dos consejos en una frase: Vete, olvídate del pasado, mira al futuro, y ámame más. Las mismas palabras que escuchamos en la confesión: vete en paz. La paz de un alma limpia. Hay un famoso dicho que dice: Todo santo tiene su pasado y todo pecador su futuro. josephpich@gmail.com…
El Hijo Pródigo En el capítulo 15 del evangelio de San Lucas, Jesús nos presenta tres parábolas: la oveja perdida, la moneda extraviada y el hijo pródigo. Al evangelio de San Lucas se le llama el evangelio de la misericordia. Para recibir esa misericordia, primero tenemos que reconocer que estamos perdidos. Hoy con el GPS no es fácil perderse, a no ser que nuestro móvil no funcione. Se puede decir que la parábola del hijo pródigo es el resumen del evangelio, una ventana abierta al corazón de Dios. Henri Nouwen, un sacerdote holandés, fue a San Petersburgo, al museo del Hermitage, para admirar el famoso cuadro “el retorno del hijo pródigo”, pintado por Rembrandt al final de su vida. Permaneció en frente del cuadro todo el día, viendo como la luz del sol iba moviéndose al paso de las horas. Después escribió un libro en el que se ponía en lugar de los tres personajes del cuadro, el hijo pródigo, el padre esperando y el hijo mayor altanero. En el cuadro el hijo pródigo casi desaparece detrás del abrazo de su padre. Nos muestra su espalda, sostenido por los brazos poderosos de su progenitor. Nos es fácil identificarnos con el hijo perdido porque es así como nos vemos frecuentemente. Nos sabemos de memoria el camino de vuelta al corazón de nuestro Padre Dios. Hemos hecho este recorrido tantas veces, que hemos dejado un surco en el suelo, sin que quede una pizca de hierba. Lo podemos hacer con los ojos cerrados. Nuestra contrición debería ser más rápida que nuestras ofensas. Como la sangre aparece instantánea cuando nos lastimamos, así también deberían surgir rápidas nuestras disculpas. El padre es la figura central del cuadro de Rembrandt. Nos muestra su cara con su temprana vejez, causada por la ausencia de su hijo, ahora marcada con una sonrisa por su vuelta. Le abraza con sus brazos paternales, no queriendo que se le escape esta vez. Una vez ha recuperado al niño de sus ojos, no lo va a perder nunca más. Esta parábola debería llamarse el padre esperando, el padre abrazando o el padre celebrando. Él es el personaje más importante de la escena. Si nos vemos como el padre, significa que deberíamos estar más abiertos a perdonar a todo el mundo. Cuando guardamos las heridas dentro de nosotros, muestra que no hemos sabido perdonar de todo corazón. En vez del padre perdonando, somos todavía el padrastro que se lame sus llagas. El hijo mayor no quiere aparecer en el cuadro; está de prestado. Guarda las distancias, mira la escena con desdén y quiere desaparecer. Está ahí solo porque Rembrandt lo ha pintado al fondo. No quiere saber nada de ese “hijo tuyo”, como llama a su hermano. No lo ha perdonado porque se llevó la mitad de la herencia, y ahora viene a por la otra mitad. No solo eso, sino que su padre le cocina el ternero cebado que había guardado para sus amigos, le coloca en su dedo su anillo de piedras preciosas y lo calza con sus zapatos nuevos que había comprado para una fiesta. ¿Cómo miramos a los hijos pródigos de este mundo? Desde nuestra posición alta de poder o riqueza, los podemos mirar con desprecio. Nos olvidamos de que no son los hijos de los demás, sino nuestros propios hermanos y hermanas. josephpich@gmail.com…
La higuera estéril Hoy Jesús nos presenta la parábola de la higuera estéril. ¿Por qué era infecunda? No lo sabemos. A pesar del cuidado del jardinero, permaneció yerma. Quizá solo quería tener hojas, para mostrar su belleza. O quizás fuera el egoísmo de guardar los frutos para sí misma, para no perder su frondosidad. Me recuerda al hombre moderno, muy preocupado de su imagen corporal, que va al gimnasio pare contemplarse en los espejos que le rodean. Nosotros somos la higuera de la parábola y normalmente no producimos lo que Dios quiere que produzcamos. Nuestra soberbia, vanidad o egoísmo son los responsables. La higuera es un árbol bíblico, el tercero mencionado en la Biblia, después del árbol de la vida y del árbol del bien y el mal. Adán y Eva cosieron unas hojas de higuera para cubrir su desnudez. Es un árbol que produce dos cosechas al año, y los higos se pueden secar para comerlos después. Es un símbolo de prosperidad, bienestar y seguridad. Todos somos capaces de ser como la higuera y producir lo que Dios quiere que produzcamos. Se conoce al buen árbol por sus frutos. El dueño del terreno, Dios Padre, la quiere cortar. Tiene sus razones: ¿porque ocupar un lugar sin producir? Otro árbol podría ser más útil. Los árboles han sido creados para los demás: para proveer sombra, dar refugio a los animales, dejar que los pájaros hagan sus nidos, o producir frutos o flores. Jesús convence a su padre para que sea paciente por otro año. Es fácil para él: su padre siempre le escucha. Jesús nos ha dado otro año para producir. Deja que te cuide. Va a cavar alrededor de ti, poner estiércol, regarte y cantarte una canción. Pero tienes que cooperar con él, para quitar los obstáculos, e ir a los sacramentos de la comunión y la confesión, para recibir el fertilizante que necesitamos. ¿Qué es lo que no nos deja producir? Tenemos que ser sinceros con nosotros mismos, para responder a esta pregunta correctamente. Es muy fácil encontrar excusas: el sol es demasiado brillante, el viento frio, el agua muy salada o el suelo demasiado pedregoso. Si no producimos es nuestra culpa. Porque la semilla es perfecta. Dios nos da la gracia abundante y Jesús es el mejor jardinero. La Cuaresma es un buen tiempo para examinarnos y encontrar el modo de producir lo que Dios quiere que produzcamos. A los sacerdotes nos encanta trabajar en el jardín. Las plantas son muy agradecidas, y si las cuidas, crecen. Si creas las condiciones ideales, siempre prosperan. Con las almas nunca se sabe. Con el mismo cuidado, unas crecen y otras disminuyen, unas viven y otras mueren, unas se convierten en ángeles y otras en pequeños demonios. Somos libres y podemos producir o permanecer infecundos. Los padres pueden tener hijos o cegar las fuentes de la vida. Podemos ofrecer a Dios lo que él quiere, o quedarnos nuestras vidas para nosotros. josephpich@gmail.com…
La Transfiguración de Jesús Hoy vamos a hacernos cinco preguntas acerca de la Transfiguración. Primero, ¿Donde ocurrió? La tradición la sitúa en el monte Tabor, un monte solitario, unos 300 metros por encima de una planicie, haciéndolo parecer más alto de lo que realmente es. Hay una carretera muy estrecha para subir a la cima, con un sistema de furgonetas para subir a los turistas. El Papa Francisco comenta que en estos días de Cuaresma debemos subir hacia arriba para estar más cerca de Dios, dejando las cosas materiales detrás. Cuando haces el Camino de Santiago recomiendan solo cargar 8 kilos de equipaje. Los santos siempre han buscado la montaña, donde nos sentimos más cerca de Dios y es más fácil rezar. Estás solo, lejos de las distracciones, con el aire fresco y una vista magnífica. Benedicto XVI dice que la montaña es un lugar para subir, hacia afuera y hacia adentro, donde nos liberamos de los trabajos de la vida diaria y respiramos el aire puro de la creación; se ofrece una visión abierta de lo creado y su belleza, con un sentido intuitivo del Creador. Segundo, ¿Cuándo ocurrió? Después del anuncio de Jesús en Cesárea de Filipo a sus discípulos, de que iba a sufrir en Jerusalén, y que iba a morir en las manos de los judíos. A los apóstoles les había entristecido y desanimado ese anuncio. No entendían el porque tenía que sufrir ese final, sabiendo que iba a ocurrir de antemano. Tercero, ¿Quién Jesús eligió para que le acompañaran? Pedro, Santiago y Juan, sus discípulos más cercanos. Pedro fue el primer Papa, Santiago fue el primer apóstol que murió mártir, y Juan el último. Nos podemos preguntar si Jesús nos escogería entre ellos, si somos uno de sus discípulos preferidos. ¿Estamos dispuestos a subir la montaña con él? ¿Estamos preparados para ser testigos de su transfiguración y su muerte en el Calvario? Cuatro, ¿Por qué les mostró su divinidad? Jesús se los llevó consigo tanto en el Tabor y como en Getsemaní, donde serían testigos de su agonía en el huerto de los olivos. Les mostró sus dos naturalezas en dos lugares naturales diferentes, uno en la cima de la montaña, y el otro en un jardín. Los quería preparar para el escándalo de la cruz. Al final solo uno de ellos le acompañó en el Calvario. Y cinco, ¿Qué ocurrió? Jesús desveló quien era, lleno de luz, mostrando ambas naturalezas. Benedicto XVI comenta que la transfiguración es un suceso de oración, donde se ve a Jesús hablando con su Padre, en profunda relación de su ser con Dios, convirtiéndose en pura luz, uno con su Padre, luz de luz. Su luz viene desde dentro, con su luz propia, no como nosotros que somos iluminados desde fuera. Cuanto más cerca estamos de Jesús, más luz proyectamos, como la luna que refleja la luz del sol. josephpich@gmail.com…
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